El amigo Rajoy

15/04/2018

Página/12 | Opinión

Por Carlos Heller

El presidente Macri tiende a concebir las relaciones como personales: para él, Argentina y España son dos amantes que se reencuentran y el jefe de gobierno español es presentado como “un amigo”. Es el mundo de la pospolítica: no hay intereses enfrentados ni diferencias ni conflictos entre ambos países. Hay amistades, amoríos y horizontes comunes.

Algo parecido vale para el pasado. Los próceres, lejos de poseer proyectos, ideales o profundas convicciones, lo que tuvieron fueron angustias desgarradoras. Es decir: los acontecimientos patrios son contados como experiencias personales y no como enfrentamientos entre ambos países.

No es necesario buscar coincidencias. Estas existen desde siempre .La política como resolución de conflictos o acercamiento de posiciones ya no tiene lugar en este mundo de amores correspondidos entre los dos países. “Creemos que enfrentamos un mundo dinámico donde habrá ganadores y perdedores y creemos que si estamos juntos vamos a tener más oportunidades de estar dentro del grupo de los ganadores”, afirmó el presidente Macri frente a su par español.

Por eso, en el relato del actual gobierno argentino la historia es una telenovela que comienza, se desarrolla y termina sin conflictos. La armonía es el estado natural entre ambas naciones.

Argentina y España comparten un mismo proyecto: intercambiar inversiones y trabajar juntos en el mundo para lograr el desarrollo y el bienestar de sus sociedades. En ese universo de fantasía parece que los integrantes de ambas sociedades pueden ganar todos al mismo tiempo. Desde los grandes conglomerados económicos representados en la Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE), liderada por Juan Rosell, pasando por los directivos de Dycasa, Gas Natural Fenosa, Mapfre, Banco Santander, Telefónica y Cofides (quienes vinieron con Rajoy en la visita a nuestro país), hasta los trabajadores,las clases medias y, en general, los consumidores argentinos.

Pero, bajo la ilusión de la extinción de las diferencias, lo que en realidad se produce es la desaparición de uno de los intereses en pugna –el de las mayorías argentinas– en manos del otro, el de los grandes emporios trasnacionales. Lo que se presenta como un proyecto comunes en realidad la supresión de un interés por el otro.

Por eso no es una buena noticia el reencuentro con ese amor perdido. Porque, como ya sucedió durante las presidencias de Carlos Menem, se trata de un amor que nos empobrece y que contribuye a precipitarnos en crisis periódicas.

Hay un teorema que rige en los países latinoamericanos: cuanto mejor hablan los centros de poder mundial de los gobiernos, más deben preocuparse los trabajadores y las clases medias de esos países cuyos gobiernos reciben las felicitaciones.

En esta visita al país, el presidente Rajoy ha dicho: “Hemos visto valientes reformas en la Argentina, en muy poco tiempo han generado un clima de negocios propicios para crear y atraer inversiones”. Poco antes, a mediados de marzo, la titular del Fondo Monetario Internacional, Christine Lagarde, escribió a través de su cuenta personal de Twitter: “Fue un honor encontrarme con Mauricio Macri y lo felicité por las importantes reformas que su administración ha puesto en marcha y su liderazgo en la presidencia argentina del G-20”.

En abril del 2000, Stanley Fischer, subdirector del FMI, le envió una carta al presidente Carlos Menem en la que le decía: “Bajo su liderazgo, la Argentina llevó a cabo una transformación de proporciones realmente históricas. Esto nunca puede ser olvidado”.

En la visita en la que el entonces ministro de Hacienda Alfonso Prat-Gay realizó a España, y en la que pidió disculpas a los inversores españoles por los supuestos abusos que ellos sufrieron durante el kirchnerismo, Juan Rosell había propuesto: “Miremos hacia el futuro. La Argentina va en la buena dirección y esperamos que las inversiones se multipliquen”.

Ahora, Rosell declaró: “Esto es como una familia, las cosas malas se olvidan y sólo quedan y permanecen los buenos recuerdos, ya está, ya pasó, no queremos ni acordarnos”. Se refería a una famosa reunión de Néstor Kirchner con empresarios españoles en la que el ex presidente les había recriminado: “Muchachos, se terminó la fiesta, acá están los intereses del país por encima de los intereses de las compañías”. José María Cuevas, el antecesor de Rosell, había declarado tras esa reunión que el Presidente argentino “los había puesto a parir”.

Es claro: el actual gobierno se desentiende de la defensa del interés nacional y es eso lo que motiva a los líderes de los países centrales y a los organismos multilaterales de crédito a las felicitaciones permanentes.

En esta misma línea, el presidente Macri ha declarado que “su amigo Rajoy” valoró las reformas por las que se avanzó en “la simplificación de nuestros marcos regulatorios”.

Una economía sin regulaciones significa dejar a la Argentina indefensa en el mundo global.

Un solo dato: el presidente del Instituto de Crédito Oficial de España, Pablo Zalba, explicaba en estos días que “cada 1000 millones de euros de incremento en las exportaciones se crean 14 mil nuevos puestos de trabajo” en su país. Entonces, tendríamos que hacernos la pregunta al revés, ¿cuántos puestos de trabajo se pierden cada 1000 millones de dólares que entran de importaciones en la Argentina?

Un reciente estudio de la Universidad de Quilmes revela que, durante 2017, por cada punto de incremento en el consumo de bienes fabricados en la Argentina los importados crecieron nueve. Por supuesto: esas importaciones produjeron puestos de trabajo en sus países de origen y bajas en la Argentina. El mismo informe sostiene que sólo en el sector industrial se perdieron 67 mil puestos de trabajo en nuestro país desde diciembre de 2015. Aun así, el gobierno insiste en una mayor apertura.

Cuando alguien importa un auto, éste es producido con mano de obra de otros países que reemplaza a la mano de obra local. Un país con su economía abierta y con el nivel de desarrollo que tiene la industria argentina está condenado a la destrucción permanente de puestos de trabajo.

Estamos ante un problema gravísimo: la indefensión de Argentina en el mundo global, sujeta a los vaivenes del comercio internacional.

El discurso de la pospolítica es muy peligroso. Crea la ilusión de que nuestro interés como país es idéntico al de las grandes corporaciones de los países centrales. Y que aliándose con éstas y con sus países de origen Argentina se integrará al pelotón de los ganadores. Pero los intereses no sólo no son idénticos sino que, además, tienden a ser contradictorios.

Con política hay conflictos. En el reino de la pospolítica hay plena subordinación al interés del más fuerte.

 

Nota publicada en Página/12 el 15/04/2018