El fin de ciclo del FMI en América Latina

30/01/2015

Tiempo Argentino | Opinión

Por Juan Carlos Junio

FMI

El crecimiento económico de nuestra región alcanzó en 2014 su valor más bajo de los últimos 12 años (1,1%), afectado por el contexto global de bajo crecimiento y por la caída de los precios de los principales productos exportables. Para 2015, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) anticipa una evolución ligeramente superior (2,2%), en un marco de estructuración de la debilidad de la zona euro, de endurecimiento de las condiciones financieras en EE UU, y precios del crudo que se mantendrán en niveles cercanos a los actuales, lo cual afectará fundamentalmente a los países exportadores netos de petróleo: Colombia, México, Venezuela y Ecuador.

 

Con este panorama, cabe preguntarse cuál es la mejor manera de apuntalar las economías, evitando que se vean afectadas conquistas sociales logradas durante la última década. Como parada obligada, es preciso correr el velo de las soluciones lindantes con el realismo mágico, que siempre tienen bajo la manga los "expertos" defensores de la lógica neoliberal y la libertad de mercado.

Al respecto, resulta ilustrativa una nota escrita por el Director del Departamento del Hemisferio Occidental del FMI, Alejandro Werner, publicada en El Cronista (12 de enero). El funcionario, intentando dar respuesta a este interrogante, sostiene que es necesario incrementar el potencial de crecimiento de la región, ya que los países siguen presentando "bajas tasas de inversión y ahorro y un crecimiento de la productividad moderado". Recomienda además "retomar una agenda de reformas estructurales que permita aumentar la rentabilidad de la inversión, mejorar la calidad educativa, reducir los déficits de infraestructura y lograr mayores tasas de ahorro".

Como suele ser moneda corriente cuando del Fondo Monetario se trata, el funcionario encargado de América Latina dio una muestra penosa de falta de autocrítica respecto de las políticas macroeconómicas que a principios de la década pasada incorporaron, llave en mano, países como México, Colombia, Chile, Perú, y Brasil. Fue aquella una estrategia basada en la lisa y llana importación de las verdades del neoliberalismo, como el equilibrio presupuestario y las denominadas metas de inflación. Resulta estremecedor apreciar que estos grandes personajes recién ahora descubran que el ambiente "amigable para los mercados", que tanto pregonaron y presentaron como un dogma, no generó los cambios sustanciales anunciados. Se suponía que iban a mejorar los niveles de ahorro y de inversión de manera natural, tan sólo con garantizarle al sector privado el repago de las acreencias y bajos niveles de inflación. La vida ha demostrado que esta combinación solo le sirvió al capital financiero y a los agentes que lucran con la especulación.

Al momento de incursionar en el terreno de las políticas sociales, el Sr. Werner señala que las demandas de reducción de pobreza y desigualdad se tendrán que enfrentar ahora "en un contexto más restrictivo, por lo que será necesario acelerar la implementación de las agendas de cambio estructural y mejorar la eficiencia del gasto público". El hombre pontifica, dando una muestra más de las prioridades que plantea, el "mundo de las finanzas" a través de los organismos de crédito, y antepone obcecadamente la reducción del gasto social a las necesidades vitales del conjunto de la sociedad.

Seguir la lógica del FMI que ahora se aplica en Europa, ajustando las cuentas en momentos de debilidad o crisis, conforma una visión ideológica que conduce al típico círculo vicioso que deprime los ingresos fiscales y deriva en la necesidad de realizar un ajuste de magnitudes aún mayor. Esta persistente presión del establishment tiene una expresión concreta en Brasil, considerando que el gobierno acaba de designar como ministro de Hacienda a Joaquim Levy, un hombre requerido por los mercados que cursó estudios en la Universidad de Chicago.

Por el contrario, ante el ambiente de hostilidad económica global con el que comienza el año 2015, no habría que recaer en las perimidas políticas ofertistas y de recorte fiscal, que son las que en definitiva terminan impidiendo que se lleve a cabo el verdadero cambio estructural. El mismo precisa de la motorización de recursos para generar economías diversificadas, con un mayor valor agregado nacional, y conlleva la necesidad de destinar más recursos fiscales –no menos– para financiar el desarrollo de las economías, que necesitan –entre otros elementos– inversión pública en infraestructura, seguir mejorando los ingresos de los trabajadores y un horizonte de consumo estable para sostener y mejorar los niveles de vida de la sociedad.

También es en los momentos más difíciles cuando se presenta la necesidad de explorar las fortalezas que emanan de la integración de los pueblos. La alianza entre China y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) es un paso trascendente para transitar en esa dirección. La foto en Beijing de los representantes de 23 países de América Latina y el Caribe con el presidente chino simboliza un verdadero cambio de época, especialmente si se tiene en cuenta que la CELAC está integrada por los países americanos, excluyendo a Estados Unidos y Canadá. La esperanza se sustenta en la perspectiva novedosa de que una gran potencia económica establezca relaciones comerciales con países más débiles, sin pretensiones hegemonistas ni imperiales.

Todo indica que Nuestra América ha elegido el camino opuesto al que nos proponen desde los centros financieros mundiales. En tal sentido, ha sido inapelable la sentencia del colombiano Ernesto Samper, secretario general de la Unasur, quien rechazó la intromisión del FMI. Al respecto señaló: "Si algún impedimento ha existido para el crecimiento de nuestros países a un ritmo deseable, han sido las exigencias venenosas del FMI".

En las antípodas, los "iluminados" de las metrópolis ultramarinas tienen la compañía de las grandes corporaciones locales. Un ejemplo esclarecedor es el del Foro de Convergencia Empresarial, que en su propuesta económica y social –basada en el retorno a las pautas del neoliberalismo thatcheriano– exige que la misma debe "ser implementada por cualquiera de las fuerzas políticas que gobierne el país".

Cada vez resulta más claro que existen dos proyectos antagónicos en pugna. En nuestro país dirimirán sus fuerzas en las próximas elecciones nacionales.

 

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