El rebote, ¿y después?

29/09/2017

Contraeditorial | Opinión

Por Carlos Heller

Con la mira puesta en octubre, el gobierno sigue haciendo esfuerzos electorales con los datos de la economía, y ahora resulta que estaríamos atravesando una senda de crecimiento impetuoso y duradero. Nada más lejano a la realidad. Esta divergencia se corrobora con los dichos de Mauricio Macri y varios de sus funcionarios, que sostienen que “la gente aún no lo siente”, a pesar del crecimiento que ellos proclaman.

Y en gran parte se explica porque los datos duros indican que el PIB ni siquiera ha alcanzado aún los niveles previos a la gran caída de 2016. A lo sumo se trata de un rebote. Desde un punto de vista estructural, a muchos nos preocupa el frágil sendero del frente externo, o las dificultades del mercado laboral. Una evolución que está en la génesis de este modelo, incapaz de ofrecer una alternativa viable para el conjunto de la sociedad.

Las Cuentas Nacionales del segundo trimestre muestran que la actividad económica prosigue a ritmo bastante moderado y que en absoluto permite inferir los “20 años de crecimiento” que pronostican los funcionarios del PRO. El PIB, por ejemplo, registró un aumento del 2,7% respecto a igual período del año anterior, el segundo aumento trimestral interanual consecutivo, tras el incremento del 0,4% del primer trimestre. Pero un año atrás la caída interanual del segundo trimestre había sido del -3,7%, lo que indica que aún se está un –1,1% abajo de los niveles de 2015.

El Consumo Privado se mostró como el mayor factor explicativo del ascenso de la actividad económica, con una suba del 3,8% interanual. No obstante el dato del INDEC fue acompañado por una aclaración que resulta alarmante en lo concerniente al componente importado: “La variación del consumo privado se explica por un alza en el consumo de servicios nacionales (transporte de pasajeros, internet y telecomunicaciones) y un fuerte crecimiento de los bienes y servicios de consumo importados (automotores, productos farmacéuticos y gastos de turismo en el exterior)”. Un sendero insostenible en el tiempo, ya que impacta negativamente sobre la producción nacional, y además genera una gran dependencia del financiamiento externo.

La economía que viene

Por el lado del frente comercial externo (exportaciones e importaciones), es sabido que la estructura de la economía argentina tiende a ser muy proclive a desbalances ante el menor síntoma de rebote o crecimiento. Si a esta situación le sumamos una fuerte desregulación comercial, los desequilibrios pueden llegar a ser más que significativos. De hecho, gran parte del incremento del gasto interno en Consumo e Inversión se vio reflejado por un fuerte crecimiento en las Importaciones y una gran debilidad de las exportaciones.

El año 1998 fue el de mayor déficit comercial de la historia moderna, con un rojo de 4.962 millones de dólares corrientes. Los datos recientemente conocidos de la Balanza Comercial a agosto de este año indican un déficit acumulado que alcanza la friolera de USD 4.498 millones, y todo anticipa que a fin de año se superará holgadamente el récord de 1998. Los dólares de 1998 no tienen el mismo poder de compra que los dólares actuales, pero la comparación es igualmente demostrativa. La explicación del resultado de este año es fácil aunque perturbadora: en los ocho primeros meses de este año, las exportaciones se mantuvieron constantes respecto a igual período del 2016 (-0,1%), mientras que las importaciones crecieron un 16,8%. Los automotores, los bienes de capital y los bienes de consumo lideran los rubros que evidencian mayores compras al exterior.

Esta evolución no es extraña: una cuestión que denota claramente la orientación de las políticas perseguidas por Gobierno Nacional son las previsiones para el crecimiento de las exportaciones e importaciones, y el saldo de ambas operaciones en el proyecto de Presupuesto 2018, que contiene previsiones plurianuales. Comparados con 2016, los ingresos proyectados por exportaciones en el 2021 crecerían un 27%, mientras que los egresos por importaciones se incrementarían un 46% en el mismo lapso. Ello significa pasar de un superávit de USD 2.100 millones en 2016, a un déficit de USD 4.500 millones para 2017 (desequilibrio que ya se alcanzó en los primeros ocho meses, y que cerraría el año con un número muy superior). El rojo comercial seguirá creciendo año tras año, (en 2021 se espera un saldo negativo de U$S 7.600 millones) hasta llegar a por lo menos USD 30.600 millones acumulados en cinco años (2017 a 2021). Este trayecto indica que la política de desregulación de las importaciones seguirá intensificándose, impactando negativamente en la industria, en las Pymes en general y en muchas producciones regionales.

Este déficit comercial, que se suma a las fuertes salidas de divisas por turismo y a los pagos de intereses de la deuda externa, requiere necesariamente de financiamiento en divisas, colocando una pesada carga de la cual no resulta fácil escapar. Es una cadena que ata la economía al endeudamiento externo, una situación que, de no revertirse, llevará a un fuerte deterioro de la soberanía económica de nuestro país.

Los pagos de interés tienen en el presupuesto una prioridad central. A modo de ejemplo, si en 2015 los intereses de la deuda fueron similares al gasto conjunto en salud, asistencia social, y vivienda, en 2018 se espera que sean superiores en un 40%. Lo mismo pasa con la suma de rubros como educación y cultura. La compulsión que este gobierno tiene por la toma de deuda invita a pensar en que en el futuro el peso de los intereses continuará incrementándose.

Uno de los supuestos brotes que el gobierno mostró se ubicó en el sensible terreno del mercado laboral. Los datos de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) relativos al mercado de trabajo señalan un incremento leve del empleo en el segundo trimestre de 2017, con un aumento del 0,6% interanual, bastante por debajo respecto a la evolución de la actividad general. Debido a que el aumento es inferior al incremento poblacional, la tasa de empleo disminuyó respecto al mismo período del año anterior. De persistir esta tendencia estaría señalando un crecimiento con escaso o directamente negativo efecto en el empleo.

Entre los datos resaltados estuvo el descenso en el número de trabajadores desocupados plenos, determinando que la tasa de desocupación baje del 9,3% registrado un año atrás al 8,7%. Este descenso no se explica por mayor empleo (que no varió), sino por la caída de la “tasa de actividad”, que es el porcentaje de la población activa (que trabaja o desea trabajar) respecto a la población total. Esta variable presentó un descenso frente al valor registrado en el segundo trimestre de 2016 (pasó del 46% al 45,4%), que podría estar indicando un efecto desincentivo (la gente deja de buscar trabajo porque no encuentra o no desea trabajar porque sólo encuentra con muy bajos salarios).

Para peor, es importante resaltar que la citada evolución del empleo se basó exclusivamente en la creación de empleo no asalariado (también llamado cuentapropismo) con un aumento del 2,6% y el empleo asalariado no registrado (+0,7%), modalidades que obtienen bajos salarios, sin cobertura médica ni previsional. En tanto, los trabajadores asalariados registrados cayeron 0,2%. Este comportamiento estaría indicando que no sólo es pobre el efecto del rebote productivo sobre el empleo, sino que el mismo se caracteriza por crear puestos con alto grado de precariedad. Una muestra del modelo que el gobierno apunta a perfeccionar con su proyecto de reforma del mercado laboral.

El gobierno no se cansa de sostener, a mi juicio de forma falaz, que los datos evidencian un proceso genuino y sostenido de crecimiento. Sin embargo, los ejes estructurales de este modelo lo único que tienen para ofrecer en el tiempo es déficit comercial, deuda pública y desempleo.