La derecha mundial y la criolla

22/01/2016

Tiempo Argentino | Opinión
Por Juan Carlos Junio

La derecha mundial y la criolla

El triunfo de Mauricio Macri fue celebrado sin disimulo por las organizaciones de la derecha criolla y sus voceros, pero también por la derecha internacional, lo cual revela que en las elecciones del 22 de noviembre se dirimía mucho más que una disputa fronteras adentro.

El 5 de octubre de 2015 Infobae publicó una entrevista de Andrés Oppenheimer en la cual el propagandista ultra conservador Mario Vargas Llosa afirmaba: "Si fuera argentino, votaría por Macri. Es el único que representa una alternativa real, clara y contundente a lo que ha sido la tragedia de la Argentina, que es el peronismo."

En estos años la Fundación Pensar, tanque de pensamiento macrista, ha organizado diversos seminarios en los que los exponentes más connotados del conservadurismo continental y mundial han hecho verdaderos actos de fe denunciando a los gobiernos “populistas e izquierdistas” de la región, juramentándose actuar para que se vuelva a imponer la cordura tradicional que siempre ha representado la derecha, aunque ahora lo hace con nuevos formatos televisivos.

Esos núcleos del poder internacional van desnudando la raíz y la proyección civilizatoria de estos debates y propósitos políticos, en un mundo que ya no es el de los años noventa. Se trata entonces de interpretar adecuadamente este elemento del escenario, para no llegar a conclusiones equivocadas.

Repasemos: a partir de la disolución del mundo socialista en 1989, la hegemonía neoliberal aceleró el proceso de concentración y financiarización de la riqueza. Los resultados de sus políticas hoy se expresan en datos indignantes. Que menos de 100 individuos capten la misma riqueza que la mitad de la población mundial y que el capital especulativo al timón del capitalismo planetario, junto a las fracciones productivas, abusen de un modelo inviable en términos de sustentabilidad ecológica, social y política constituyen aspectos insoslayables para comprender los términos de la batalla actual.

Ese horizonte insoportable comenzó a ser desafiado en América Latina, con el triunfo inaugural de Hugo Chávez Frías en 1998 y, años más tarde, con la creación de UNASUR y CELAC como expresiones de una voluntad colectiva que viene del fondo de la historia americana. La simultánea emergencia de los Brics (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica) y las crecientes alianzas Sur-Sur anuncian un mundo pluripolar que desafía el poder omnímodo de EE UU.

Los límites que va generando esa configuración multipolar no se desarrollan frente a la impasividad de EE UU y Europa, y de sus fracciones económicas hegemónicas y de la invasión planetaria de sus medios de comunicación. En esa gran disputa mundial, la América Latina que en estos años asumió posiciones de autonomía y soberanía regional, se convierte en un objetivo central para la preservación del poderío norteamericano. La política francamente hostil hacia los gobiernos populares se inscribe en esta contienda epocal.

2015 fue un año complejo, tras 15 años de avances sostenidos del proyecto de integración nuestroamericano. La derecha en la región disputó el poder con los gobiernos populares de todos los modos posibles, desde las intentonas golpistas (Venezuela 2002, Bolivia y Argentina 2008, Honduras 2009, Ecuador 2010, Paraguay 2012, Venezuela 2014 y Brasil 2015) hasta ensayos electorales que apenas cosecharon el éxito por un período (el caso de Piñera en Chile) y campañas callejeras y mediáticas. Los triunfos de Macri en Argentina y de la derecha opositora en Venezuela marcan un punto de inflexión en el proceso ascendente de las luchas latinoamericanas.

En la Argentina de la década kirchnerista, las mayorías sociales fueron protagonistas de las políticas públicas que expresaron un proceso de ampliación de derechos. Esos avances culturales inclusive condicionaron el discurso electoral de Macri. Los ejes de su discurso como presidente son conocidos: avanzar en la “pobreza cero”, combatir el narcotráfico y unir a los argentinos. Complementaba su retórica, la defensa de las instituciones de la República, la promesa de un diálogo abierto, una amplia libertad de expresión y la negativa a aceptar “jueces macristas”.

En los primeros 30 días de gobierno estas promesas se hicieron añicos, violentando y negando leyes votadas por el parlamento, y virando hacia formas políticas que tienen más parecido con un estado de excepción (y su naturaleza autoritaria) que con una democracia representativa, y mucho menos, con una democracia con auténtico sentido social e igualitario.

La precipitada transferencia de recursos económicos a los sectores monopólicos, los despidos masivos en el Estado, la represión frente a la protesta social, el silenciamiento de toda voz disidente en los medios, y el alineamiento automático con EEUU, constituyen evidencias de una política pública subordinada a la estrategia internacional de liquidación de los populismos izquierdistas y, a su vez asociada, a los núcleos locales, ávidos de potenciar su tasa de ganancia.

En estos doce años, en la Argentina y en América se ha plasmado una anormalidad insoportable para el establishment, que está decidido a “corregir” por todos los medios.

A pesar de su brumoso relato sobre la pesada herencia kirchnerista, Macri recibió un país desendeudado, con elevados niveles de empleo, con políticas sociales inclusivas y un sentido común crecientemente igualitario. ¿Cómo desmantelar esta construcción ideológica que, además, contó con el aval del 49% de los electores en el balotaje?

De allí que el gobierno neoliberal no la tiene fácil, pues deberá tensar una política que combina dosis intolerables de injusticia y represión, y que encuentra a un importantísimo núcleo de organizaciones y colectivos resueltos a defender lo conquistado en estos años, y a ganar la calle para lograrlo.

El apagón perpetuado de toda voz discordante no podrá impedir que las mayorías sociales vayan creciendo como protagonistas políticos. Defenderán sus derechos y a la democracia, que está siendo conculcada y restringida por un sistema de poder anclado en los intereses estratégicos del capitalismo mundial y una burguesía local, que hace mucho abandonó toda noción de ser parte de un proyecto con sentido nacional. Una vez más, el pueblo encarna la esperanza. «

 

Nota publicada en Tiempo Argentino, Viernes 22 de Enero de 2016