Los diversos rostros de la derecha

22/11/2013

Tiempo Argentino| Macartismo y reacción

Aunque procure disfrazarse de democrática y republicana, su esencia es la descalificación ideológica

Por Juan Carlos Junio

A la derecha política argentina le cuesta disimular. Suele disfrazarse de democrática y republicana pero a la primera de cambio se contorsiona, mostrando su verdadero rostro. La reacción de este sector por la designación de Axel Kicillof como ministro de Economía es la muestra de una ideología reaccionaria y acorralada en términos históricos: ataca al que piensa diferente y tiene en la descalificación ideológica, su esencia y su instrumento para presionar sobre la opinión pública.

Otros, en cambio, callan, se hacen los chanchos rengos ante estas gravísimas manifestaciones muy cercanas al fascismo y claramente antidemocráticas. Un verdadero iniciático de esta cruzada medievalista fue Carlos Pagni, el editorialista estrella de La Nación, quien tempranamente perdió la compostura calificando al joven economista de "marxista, hijo de un rabino". Claramente se aprecia el desprestigiado arcaísmo de unir el macartismo con el antisemitismo para descalificar y "anular al enemigo", como se decía en viejos textos y partes de guerra de sectas y dictaduras.

De "comunista" lo calificó inmediatamente Marcelo Bonelli, editorialista del Grupo Clarín. "Kicillof es comunista y admirador de la ex URSS", sumó por Twitter el tandilense Claudio Ersinger, concejal del PRO, hoy devenido en Frente Renovador. No quiso faltar a la cita Domingo Cavallo, un gran fracasado del neoliberalismo más ortodoxo, quien se preguntó: "¿Seguirá (Kicillof) con sus prejuicios ideológicos basados en sus lecturas de Marx o habrá capitalizado la experiencia práctica de los últimos años?"

Ante la falta de mejores argumentos, la derecha política y mediática busca desprestigiar al nuevo ministro. Axel Kicillof es un académico, estudioso de la doctrina económica, que se ha destacado en el análisis del trabajo de John Maynard Keynes y Karl Marx, entre otros clásicos, luego del inevitable estudio de los fundadores del liberalismo, Smith y Ricardo. Es claro que Marx y Keynes perseguían proyectos sociales y políticos diferentes, inclusive antagónicos. Sin embargo, ambos son igualmente descalificados por esta derecha brutal. Keynes advertía que "el Estado es el último límite para salvar al capitalismo de los capitalistas", y proponía fórmulas de redistribución progresiva del ingreso. Marx denunciaba la naturaleza esencialmente injusta e históricamente transitoria del orden capitalista. En ambos casos –la democratización relativa de la economía, la política y la cultura propiciada por las vertientes keynesianas o la creación de un orden social radicalmente igualitario, como las versiones del marxismo– son objeto de una hostilidad permanente de los sectores dominantes y sus voceros mediáticos. Mientras tanto, ambos teóricos son cada vez más estudiados y leídos en todas las universidades del planeta.

Otra que se subió inmediatamente a este tren fantasma fue Elisa Carrió. Con gesto desencajado y acusación desenfrenada replicada desde los sets de televisión, la diputada comparó al ex secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno, con Adolf Eichmann, uno de los principales jerarcas del nazismo y responsable del asesinato de millones de seres humanos. En este caso, su víctima principal fue el pueblo judío. El histrionismo de la diputada la conduce a este tipo de conceptualizaciones que banalizan al nazismo, ya que objetivamente rebaja su carácter genocida, oscurantista e inhumano, teniendo en cuenta que su comparación es lisa y llanamente imposible e irresponsable.

Hace unos meses, en esta misma columna, nos referimos a un hecho similar protagonizado por el diario La Nación, que en su nota editorial comparó el surgimiento del Tercer Reich con este momento político de la Argentina y el rol del gobierno nacional.

Es bueno recordar que los principios que sostienen a la derecha son el mantenimiento del orden y la conservación de la estructura social y cultural instituida. Cuando avanza en procesos de reestructuración regresiva –como ocurrió con el conservadurismo en nuestro continente en el último cuarto del siglo XX–, se presenta como la abanderada del cambio. Pero cuando emergen procesos verdaderos de transformación democrática, su actitud favorable al cambio se trueca en una ácida crítica a las políticas públicas fundadas en la justicia social. Estos aparentes exabruptos no son ingenuos. Intentan generar un sentido común que tiende a esmerilar a los gobiernos populares, al asimilarlos a regímenes totalitarios.

La derecha, reaccionaria y enemiga del cambio, no es un sector social abstracto, ni neutro, ni objetivo. Muy por el contrario, son organizaciones que representan a las grandes corporaciones locales y extranjeras y a los grupos dogmáticos en términos culturales. Son la élite del poder económico y mediático.

En suma, no es sencillo para el conservadurismo acumular poder por sus ideas o por convicción ideológica. Los avances sociales y culturales logrados en estos diez años de gobiernos populares en nuestra América han dejado profundas huellas en la sociedad acerca del valor de los derechos ciudadanos y del protagonismo de los pueblos. Los conservadores modernizados transitan entonces por un camino ambiguo que va desde la ponderación de valores individualistas como motor social y de progreso, llegando al macartismo y la descalificación desenfrenada.

Cobertura mediática, discursos inconsistentes y difamaciones sistemáticas no pueden constituirse, sin embargo, en un proyecto creíble de gobierno.

No obstante, sería un error subestimar sus posibilidades de dañar los procesos en curso, lo cual exige de las mayorías populares la profundización de los rumbos de transformación hacia sociedades fundadas en la justicia, la igualdad, la democracia protagónica y participativa, y la celebración de lo diverso.

Los gritos histéricos permiten deducir que vamos por buen camino, pero es imprescindible sostener una actitud activa de estas construcciones colectivas que nos invitan a soñar –a doscientos años vista– en una Patria Grande que muestra a la Humanidad una opción civilizatoria superadora de los crímenes sociales cometidos en nombre de la competitividad, la ganancia y las purezas ideológicas conservadoras.

Nota publicada en Tiempo Argentino el 22/11/2013