Memorias sanmartinianas, raíces de la Patria Grande

06/02/2015

Tiempo Argentino | La vigencia de un proyecto regional

El legado de San Martín y Bolívar revive en los desafíos que plantean la UNASUR, la Celac y el Banco del Sur.

Por Juan Carlos Junio

San Martin y Bolivar

Durante el mes de febrero, los argentinos debemos traer a nuestra memoria dos acontecimientos históricos que fueron decisivos en los momentos fundacionales de la Patria. Un 3 de febrero –de 1813– se libró el Combate de San Lorenzo y un 12 de febrero –de 1817–, la Batalla de Chacabuco. En la rivera del Paraná, José de San Martín logró su primer triunfo, afirmándose como conductor militar y político. En Chacabuco, luego de la hazaña del Cruce de los Andes, sentenció: "Gloríese la admirable Cuyo de ver conseguido el objeto de su sacrificio. Todo Chile es ya nuestro."

Un refrán popular dice que "lo único seguro es el futuro, porque el pasado cambia todo el tiempo". Es sabido que se elabora y se escribe historia desde un presente con todas sus contradicciones y desde una perspectiva ideológica, de forma tal que la retrospectiva histórica tiene que ver tanto con el pasado como con el presente y el porvenir.

San Martín y Simón Bolívar expresan no sólo un proyecto único continental sino que han sufrido una similar lectura histórica, promovida en los sistemas escolares por las clases dominantes y sus "historias oficiales".

Ambas figuras fueron oportunamente "modeladas", limándoles sus aristas más filosas en términos ideológicos y de su propio accionar político. Los manuales oficiales omiten la centralidad de su proyecto político para revelarlos como "geniecillos militares". Además, al colocarlos en un lugar tan alto y marmóreo, generaron una explícita desconexión, del momento histórico en que fueron protagonistas, con nuestro presente. Desde ese proscenio inalcanzable, los ideólogos que hicieron nuestra historia no han cesado en su intento de reducir la gesta americanista emancipadora a un relato lejano, fáctico y desapasionado. Pues bien, los pueblos del continente americano iniciaron este siglo XXI sacudiéndose el yugo neoliberal conservador y sus tristes omisiones y falsificaciones históricas.

San Martín integraba un núcleo político que se propuso llevar a cabo un proyecto cuya rápida enunciación permite calibrar su vigencia. En primer término, se trataba de terminar con la opresión y la barbarie colonial que durante tres siglos asolaron Nuestra América. Sobre la base de un gran genocidio de los pueblos que por milenios habitaron este territorio, el feudalismo español se apropió –y utilizó una fenomenal mano de obra de millones de hombres– de las riquezas naturales del continente. Con su oscurantismo religioso y cultural, se enfrentaba al capitalismo naciente en su propio país y en Europa. En ese devenir dilapidó el "oro americano", saqueado de las entrañas de nuestro suelo, que fue a parar a las potencias que fundaban sus industrias y requerían de una acumulación del capital.

En segundo lugar, dicha empresa debía tener un carácter americanista, continental. Un mismo enemigo, un mismo proyecto. Unos mismos sueños de una Patria Grande, que no eran una consigna sólo simbólica sino una condición histórica imprescindible para derrotar a los ejércitos realistas y a sus poderes culturales construidos durante sus 300 años de dominio. Ya en los reglamentos iniciales de la logia se establecía que el plan era trabajar por la "independencia de la América".

Se propusieron fundar una Nación, educar al pueblo, crear una industria, nuevas pautas culturales y una sociedad sustentada en la idea de libertad e igualdad. O sea, una nueva Patria que construya los cimientos de lo que hoy denominamos justicia social.

El derrotero político y militar de San Martín nunca lo apartó de estos objetivos. Junto con la preparación para los combates que liberaron a tres países del nuevo continente, incentivaba la producción local y la distribución más justa de la riqueza. Para formar su ejército actuó con gran determinación, liberó esclavos y los incorporó a pesar de la resistencia de sus "dueños", exigiendo que todo americano se sume "ya que no hay pretexto ni motivo que exima del alistamiento".

En esa línea recordamos el discurso inaugural de Hugo Chávez como presidente de Venezuela, el 2 de febrero de 1999, reivindicando el legado bolivariano, resaltando la importancia de la historia para construir el porvenir: "Es una necesidad imperiosa para todos los venezolanos, para todos los latinoamericanos y caribeños, rebuscar atrás, rebuscar en las llaves y las raíces de nuestra propia existencia, la fórmula para salir de este terrible laberinto en que estamos todos, de una o de otra manera. Es tratar de armarnos de una visión jánica necesaria hoy, aquella visión del Dios Mitológico Jano, quien tenía una cara hacia el pasado y otra cara hacia el futuro."

Nuestros países –sus pueblos y sus gobiernos– han retomado la senda sanmartiniana y bolivariana. Lo hicieron explícitamente, como queda evidenciado en las palabras de Hugo Chávez, pero también en muchas de las intervenciones de nuestros presidentes. La construcción de la sede de la Unasur denominada Néstor Kirchner, o la sala de los Patriotas Latinoamericanos en la Casa Rosada marcan a fuego la recuperación del espíritu americanista y señalan un reconocimiento a quienes asumieron a lo largo de nuestra historia el mismo reto del sueño emancipador, abierto por ambos líderes fundadores de la América libre. Se han dado pasos firmes que se orientan y marchan en la dirección correcta: la Unasur, la Celac y el Banco del Sur constituyen conquistas históricas y vislumbran el camino a recorrer.

El proyecto nuestroamericano de Patria Grande imaginado por los revolucionarios de 1810 mantiene latente su sentido original: consolidar la autonomía y soberanía americana, promover un territorio de paz y hermandad, defender nuestras raíces culturales y asumir el desafío colectivo de superar las injusticias de un capitalismo de época que muestra, cada vez más, su rostro inhumano.

En un mundo en el cual los poderosos imprimen una violencia inusitada a la cotidianidad del planeta, urge asegurar la libertad basada en la igualdad social y cultural para ser, de una vez por todas, nosotros mismos.

Continúa vigente como nuestro norte irrenunciable la proclama sanmartiniana: "Seamos libres y lo demás no importa nada." Aquel sueño, que todavía tiene grandes metas inconclusas, se hace presente y posible en la actual hora nuestroamericana. También en 2015, en Argentina, se juega su futuro.