Bolivia, un sentimiento

17/11/2019
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Página/12 | Opinión

Por Carlos Heller

Un golpe de Estado se siente. Antes de definirlo o de poder describirlo se lo reconoce por la angustia que produce. Un grupo privilegiado de la sociedad, con la asistencia de las Fuerzas Armadas y a veces de la policía, recurre a la violencia para usurpar las decisiones de las mayorías. En el momento en que un golpe se desencadena se desintegran los acuerdos sociales más elementales. A partir de ese instante, la violencia no es sólo contra los gobernantes a los que buscan destituir: se disemina también entre cada uno de los ciudadanos y ciudadanas del país donde tiene lugar. Por eso, los golpes de Estado generan miedos, angustias y tristezas.

Un golpe de Estado también nos transporta en la memoria. Nos lleva rápidamente a otros episodios similares. Cómo no recordar el 11 de septiembre de 1973 y el discurso dramático de Salvador Allende asediado por el levantamiento de las Fuerzas Armadas en Chile. O el 16 de septiembre de 1955, cuando fue derrocado el Presidente Perón, con su saga de persecuciones y de comandos civiles en las calles. Allí, como ahora en Bolivia, se hablaba del tirano depuesto. Allí también se sentía y se vivía ese odio de clase, ese despliegue brutal contra la ciudadanía y las cacerías de los militantes y dirigentes que defendían al gobierno derrocado.

Pero, además de tener muchas de las características de un golpe clásico, lo que sucede en Bolivia también tiene sus novedades: se trata de un golpe de Estado al que se intenta negar como tal. Mientras eso sucede, las fuerzas golpistas avanzan con sus prácticas de persecución, represión e intentos de imposición de un nuevo gobierno. Por supuesto, las fuerzas de choque contra los partidarios de Evo Morales no son expresiones populares espontáneas que simplemente rechazan un gobierno que no quieren. Por el contrario, estamos ante una acción planificada y centralizada que coordina la rebelión policial, los grupos armados de civiles que atacan y destrozan las casas de funcionarios y de legisladores del gobierno destituido, y que conduce a las FFAA que, en 24 horas, pasaron del respeto a los poderes institucionales a pedirle la renuncia al Presidente.

Hay, como siempre en estos casos, fuerzas oscuras y ocultas que organizan, financian, entrenan, asesoran, entre otras cosas, a todos estos grupos para que actúen de la manera que han actuado. Ha sido una constante en los golpes de Estado la participación de los servicios de inteligencia de los Estados Unidos.

El golpe en Bolivia se produce en un contexto regional de fuertes reacciones populares contra los avances del neoliberalismo en Chile, Ecuador y Perú. En el primero de estos países, por ejemplo, el gobierno de Piñera desencadenó una violencia brutal contra sectores populares que simplemente protestan luego de treinta años de paciencia y resignación.

En la Argentina, el Frente de Todos logró aglutinar a una mayoría electoral amplia que le puso un límite claro al avance del modelo neoliberal.

Pero, no hay que sorprenderse de que haya bolivianos en las calles festejando. También hubo argentinos en la calle acompañando a Macri. Las sociedades latinoamericanas están divididas. Están partidas por la desigualdad, la injusticia y la discriminación. Bolivia es una experiencia notable de construcción de un Estado Plurinacional exitoso, con un cambio muy pronunciado en la situación social y económica de la población más pobre y marginada, que logró acceder a la ciudadanía. Por eso, este golpe es una reacción de la “supremacía blanca” y de las oligarquías tradicionales de Bolivia, que se ven afectadas por las políticas implementadas por el gobierno destituido. Evo Morales ha conducido el país que más ha crecido en la región. Pero, además, ese crecimiento se produjo acompañado de fuertes políticas de redistribución.

En paralelo, los sectores que reaccionaron a través del golpe nunca han dejado de tener poder y, ante el menor resquicio, lo ejercen de manera despiadada. Mientras más fuerza tienen, más despiadados son. La acumulación de fuerza los hace peores.

En ese escenario regional convulsionado, Alberto Fernández habló en el pico de la crisis con los presidentes del Perú, México y Paraguay. Pese a no estar aún en funciones, el presidente electo trabajó eficazmente para cuidar la seguridad de Morales y de Álvaro García Linera y para garantizar su llegada a México.

De este modo, Alberto Fernández fue coherente con la tradición argentina en la región desde la reposición de la democracia en 1983. Néstor Kirchner, por ejemplo, viajó a la zona del conflicto entre Colombia y Venezuela para contribuir a su resolución. También Cristina Fernández tuvo una fuerte participación cuando ocurrió el golpe de Estado en Honduras en 2009. Lo mismo sucedió con el intento de golpe en Bolivia en 2008, cuyas características se asemejan notablemente a lo que está sucediendo en la actualidad.

Antes Raúl Alfonsín, en los jardines de la Casa Blanca el 21 de marzo de 1985, le había respondido al presidente de Estados Unidos Ronald Reagan cuando éste afirmó: “los que ayudan a nuestros enemigos son nuestros enemigos”. En esa oportunidad, el presidente argentino guardó el discurso que llevaba preparado en el bolsillo de su sobretodo e improvisó otro con el que le respondió a Reagan con una cerrada defensa del derecho a la autodeterminación de los pueblos. La fuerte intervención de Alberto Fernández en el golpe contra Morales expresa esa tradición argentina de intervención latinoamericanista que, lamentablemente, el gobierno de Mauricio Macri había interrumpido.

Finalmente, está la cuestión de los recursos naturales y la disputa por el litio, el gas y el petróleo. Nosotros presentamos, hace un tiempo, un proyecto de ley que proponía desarrollar un Ente Nacional del Litio —una especie de YPF del litio— a partir de la certeza de que se trata de un recurso estratégico y en disputa.

En pocos días hemos pasado de la algarabía por la liberación de Lula a la angustia que produce este golpe de Estado en Bolivia y la pelea que protagoniza el pueblo chileno en las calles. Es una región convulsionada. Pero, además, con apasionada creatividad política. Bolivia no tardará en encontrar los caminos para retomar la senda de la emancipación que transitó con éxito, hasta hace pocos días, con Morales y García Linera.

Nota publicada en Página/12 el 17/11/2019