El viernes último, 1 de Mayo, conmemoramos el Día del Trabajador y la Trabajadora. Esa fecha fue instaurada en homenaje a los mártires de Chicago, un grupo de sindicalistas que fueron ejecutados en esa ciudad de los Estados Unidos. Estos habían encabezado una prolongada lucha por lograr la jornada laboral de ocho horas. Poco antes, el tiempo de trabajo diario se extendía hasta 16 horas. Pero, con la revolución industrial, las máquinas vinieron a reemplazar el trabajo de las personas y ello disparó un fenómeno de generalizado desempleo. Una misma pregunta es la que se hacían en ese momento y la que nos hacemos ahora. ¿Qué hacer con el trabajo en un momento en que la tecnología reemplaza a las personas?
En el libro “Capitalismo Progresista. La respuesta a la era del malestar”, el premio Nobel Joseph Stiglitz afirma que: “A medida que las máquinas van sustituyendo al factor trabajo, el desempleo aumenta”. Y luego relata: “una situación reflejada por una anécdota apócrifa (…) sobre los directivos de la compañía Ford Motor y los sindicatos de trabajadores del sector automovilístico despreciando una nueva fábrica donde gran parte de la labor la realizaban robots”. “¿Cómo harán para que paguen las cuotas del sindicato?”, preguntaba provocativamente el dueño de la fábrica. “Estos robots no se unirán a ustedes”. A lo que el líder sindical replicaba: “¿Y cómo harán ustedes para que les compren los coches?”. Concluye Stiglitz: “La falta de empleo dará pie a una falta de demanda y la economía podría reacomodarse (si no hay intervención sólida del Gobierno) en un estado que se ha denominado de estancamiento secular (a largo plazo). La ironía última es que, si esto sucediera, los avances tecnológicos podrían conducir a mayores penurias económicas en lugar de aumento en prosperidad que debería resultar de todo ello”.
Desde mi punto de vista, este problema no tiene otra solución que una nueva reducción de la jornada de trabajo. Así como las luchas que tuvieron el epicentro ese 1 de mayo de 1886 generaron las condiciones para que se impusieran las 8 horas, hoy estamos ante un dilema similar. Si no enfrentamos el problema, estaremos pronto ante un escenario donde el desempleo crecerá de modo exponencial.
Además, hoy las grandes empresas tecnológicas están produciendo un cambio significativo en la composición de la fuerza de trabajo. Google tiene alrededor de 60.000 empleos directos y Facebook 12.000. En comparación, en 1962 las empresas más importantes empleaban cantidades mucho mayores de trabajadores: AT&T contaba con 564.000 empleados, Exxon 150.000 trabajadores y General Motors 605.000 empleados.
Por otro lado, como estas empresas tienen un gran valor de propiedad intelectual pero no tienen grandes infraestructuras físicas que trasladar, se mueven con mucha facilidad hacia otras jurisdicciones impositivas y, por eso, son generadoras de una enorme evasión fiscal. Ese es el otro problema de hoy. Apple, por ejemplo, tiene el 92,8% del total de sus reservas, efectivos, valores, etc., fuera de su país de sede; Microsoft el 93,9%; Oracle el 92,1%.
Estos son algunos de los temas para continuar reflexionando. Estamos en el medio de una discusión similar a la de aquel 1 de mayo de 1886 pero de mayor gravedad. Porque la destrucción de trabajo humano que la robotización genera es mucho más aguda que la que produjo la aparición de la máquina. Hoy uno puede imaginar la realización de toda la actividad de servicios prácticamente sin gente. Y así con varias actividades.
La pregunta, entonces, es la que hace el trabajador al que cita Stiglitz: ¿Quiénes van a ser los consumidores? Por eso, aparecen otras discusiones como la de la renta básica universal, es decir, la redistribución de las enormes ganancias de un sector de alta especialización hacia el resto que no tiene acceso a esos mercados laborales sofisticados. Pero esta no puede ser la solución. Podría ser aceptable como una etapa de transición. En todos los casos, de lo que se trata es de colocar a la modernización, la ciencia y los avances tecnológicos a favor de la vida de la población. Para eso los Estados deben invertir en capacitación, entre otros aspectos, para que todos los trabajadores y trabajadoras puedan acceder a puestos de trabajo que se distribuyan entre la totalidad de la fuerza laboral. Mucho para pensar. Mucho para reflexionar como militantes y como Partido.