Ajuste con optimismo

16/09/2018

Página/12 | Opinión

Por Carlos Heller

Ajuste con optimismo

Según el discurso gubernamental, hay que achicar el país en el presente para agrandarlo en el futuro. Por eso, la revolución de la alegría ha sido suspendida hasta nuevo aviso. Por ahora, lo que se impone es la psicología del optimismo.

El gobierno convoca a todos los gobernadores a una mesa donde distribuye los recortes. Muy lejos de ofrecerles beneficios, les propone que protagonicen el ajuste. Pero siempre con optimismo. Dice: hay que achicar ahora para crecer después. Para ir para adelante primero hay que ir para atrás. Seamos optimistas: participemos todos del achicamiento y, luego, todos seremos beneficiados con el crecimiento. Los últimos serán los primeros.

En esta perspectiva, el oficialismo interviene en la democracia a través de un discurso poco democrático: “hay un único proyecto y es el nuestro”, dice. Y si hay otro, es irracional e inviable. Entonces, el sistema político sólo puede elegir entre apoyar ese proyecto único u oponerse en temas puntuales intentando incorporar correcciones. Pero siempre sobre un modelo que no tiene alternativas. Por supuesto: se trata de la política acordada con el Fondo Monetario Internacional. El gobierno intenta sumar a toda la oposición “racional” a ese proyecto único de ajuste con optimismo.

El oficialismo ha demostrado tener un problema con su propio optimismo: éste hace que sus pronósticos sean siempre mejores que la realidad. En diciembre, corrigieron el índice de inflación y adelantaron que sería del 15 por ciento para el año. Diez meses después corrigen nuevamente: ahora sería de alrededor del 42 por ciento. De paso, pronostican que el año que viene estará en torno al 25 por ciento. Pero algunos arriesgan un número aún más alto. Un informe de Goldman Sachs consideró que “el peso estaba barato y debía seguir estándolo durante la primera etapa del ajuste”. Estos economistas proyectan una inflación para fin de año del 44 y medio y de 29 para fines de 2019. Dado el contexto de alta inflación no esperan “que el nivel actual de 38 sea un equilibrio estable y sostenido”. Y agregan que “recién con la devaluación de agosto, el tipo de cambio alcanzó un valor razonablemente depreciado y debería mantenerse ligeramente depreciado por un tiempo para aumentar la eficiencia del ajuste, menor recesión y menor costo del empleo”.

Además, la inflación de agosto de este año fue de 3,9 pero no es un indicador homogéneo en términos geográficos y sociales: en el Gran Buenos Aires, por ejemplo, donde viven sectores de bajos recursos, fue del 4,1.

Según el presupuesto vigente, el gobierno sostenía pronósticos de crecimiento de 3,5 por ciento para 2018. Hoy se afirma que este año la economía decrecerá un 2,5 por ciento. Y en 2019 alcanzaría un crecimiento cero. Incluso algunas consultoras privadas -vinculadas a grandes bancos internacionales- pronostican para el próximo año una nueva caída del producto bruto del país.

Se proponen achicar la Argentina y están cumpliendo. Y, a través de esta política económica, seguirán en ese camino. Con estos niveles de inflación y con tasas de interés del 60 por ciento, la economía tiende a contraerse. Suben los precios, bajan los salarios reales, cae el consumo. La utilización de la capacidad instalada es igual a la de julio de 2002: 60 por ciento ocupada y un 40 por ciento ociosa. En julio de 2017 la utilización de la misma era de 65. En un año, se produjo un 5 por ciento más de ociosidad. ¿Por qué bajó el uso de esa capacidad instalada? Porque hay menos consumo. Y, por supuesto, en este escenario, ¿por qué vendrían más inversiones a un país que tiene casi la mitad de su aparato productivo ocioso porque no encuentra a quienes venderles?

Pero, además, todo puede ser peor.

La directora del FMI, Christine Lagarde, ha dicho que: “La guerra comercial entre Estados Unidos y China podría profundizar la crisis en Argentina y Turquía”. Y, además, agregó: “el Fondo espera que la política monetaria tenga claridad, transparencia, información adecuada y debida para los operadores del mercado y una mejor comunicación”. También explicó que el Fondo estaba analizando si las medidas de austeridad anunciadas por el presidente Macri se trasladarán a un Presupuesto equilibrado, en el marco de las negociaciones que lleva adelante el gobierno con las provincias. Luego, se refirió a la necesidad de seguir ocupándose de los ciudadanos más vulnerables de Argentina, los que podrían recibir un golpe como resultado del ajuste, y recordó que el acuerdo tiene una “válvula de seguridad que debería usarse” para proteger a los más vulnerables. “Si el presidente Macri incluye reformas serias en su plan, entonces lo veremos, evaluaremos el impacto en la situación macroeconómica de Argentina, determinaremos la sostenibilidad de la deuda y trabajaremos con ellos”, concluyó la funcionaria del Fondo.

Es decir: lo que afirma Lagarde es que si no se acuerda con el Fondo y no se refleja ese acuerdo en los ajustes en el Presupuesto, los mercados harán lo suyo y tendremos situaciones de descontrol.

Eso es lo que el gobierno le plantea al conjunto de la sociedad: hay una única política -la acordada con el FMI- y la alternativa es el caos. No se está ante un escenario de elección entre proyectos distintos: la elección es entre esta política o la crisis disciplinadora.

La discusión que propone el oficialismo es en torno a los matices de la política única del ajuste. El gobierno intenta distribuir la ejecución de los recortes con las provincias. Y, por lo tanto, busca repartir el costo político que ello ocasiona. Por supuesto: hay tensiones. Porque el acuerdo propuesto no es para dar beneficios sino para sacarlos. Los gobernadores y los diputados tienen que reelegir, y a nadie le gusta quedar señalado como el responsable de que la gente la pase peor, mucho menos en un año preelectoral.

Traducido, el FMI dice: necesitamos que los opositores “racionales” den una muestra de seriedad y aprueben un Presupuesto con amplio apoyo para que este modelo sea sustentable. Así le daremos los fondos que nos están pidiendo y entonces los mercados tendrán la tranquilidad deseada porque la sustentabilidad de la deuda estará asegurada.

No alcanza con el oficialismo. El acuerdo debe estar sostenido también en la “oposición”. Entonces, alrededor del diseño del Presupuesto se profundiza la puja por la distribución del ajuste entre el gobierno y la “oposición racional”. La discusión no es ya cuánto consigue cada uno, sino cuántos recortes asumen. Esa puja no tiene salida. Es necesario pensar al revés: en lugar de ponernos de acuerdo en cómo achicar el país deberíamos acordar cómo lo agrandamos; en lugar de restringir los salarios, deberíamos ponernos de acuerdo en cómo los mejoramos; en lugar de que caiga la utilización de la capacidad instalada, deberíamos concentrarnos en cómo ampliarla, entre muchas otras cuestiones. El gobierno comete errores. Pero el problema de esta política no reside tanto en lo que se equivoca sino en lo que no se equivoca. Porque el problema es esa política misma. Por eso es necesario otro modelo.

El primer paso para confrontar con este proyecto de ajuste con optimismo es demostrar que no es el único camino posible, que hay otro modelo, otra idea de país. Para ello, hay que seguir trabajando para construir esa alternativa.

 

Nota publicada en Página/12 el 16/09/2018