Página/12 | Opinión
Por Carlos Heller
En un país que produce alimentos para abastecer a cerca de 400 millones de personas hay ciudadanos y ciudadanas que pasan hambre. Por ello, el Frente de Todos afirma en su programa político que comer es un derecho.
Algo similar sucede con los servicios básicos: el acceso al agua, a la luz o al gas son derechos esenciales para cualquier persona. Sin embargo, un sector creciente de los argentinos y argentinas se enfrenta con dificultades para acceder a ellos. Eso sucede cuando los servicios dejan de ser un derecho y se transforman en un producto. Porque todo producto depende de una ecuación por la cual quien lo genera busca obtener la máxima ganancia. A determinada magnitud de esa ganancia, el ciudadano pierde el derecho sobre ese servicio convertido en negocio porque, debido a su precio, no puede acceder a él. Entonces: la máxima rentabilidad sobre una mercancía es inversamente proporcional a los derechos de los ciudadanos.
En las sociedades globalizadas todo tiende a transformarse en producto o negocio, se orienta a la búsqueda de la maximización de la ganancia y, por lo tanto, atenta contra los derechos de la ciudadanía. El neoliberalismo es un sistema que convierte derechos de las mayorías en aumento de la rentabilidad de las minorías.
Hay una historia que nos condujo a esta situación. Hace 40 años Margaret Thatcher llegaba a ser primera ministra del Reino Unido y hace 38 años Ronald Reagan se convertía en el presidente de los EEUU. Se iniciaba la etapa que llamamos globalización. En ella, los Estados tendieron a transformarse en actores secundarios porque tomaron peso decisivo las corporaciones que se colocaron por encima de ellos. Las corporaciones no tienen Patria: se establecen donde obtienen la máxima rentabilidad. Más aún: muchos países gobernados por líderes con ideario neoliberal disputan por atraer a esas corporaciones. ¿Quiénes logran atraerlas? Los que ofrecen salarios más bajos, mayores desregulaciones, menores impuestos y menos protección para su ciudadanía. ¿Qué es entonces un gobierno neoliberal? Una administración que genera las condiciones locales para que la rentabilidad global de las corporaciones se optimice. Lo que esos gobiernos ofrecen a las corporaciones es la supresión de los derechos de las mayorías.
¿Cómo lograr, entonces, que en la contradicción entre negocio y servicio tenga más peso este último?
Nosotros tenemos una respuesta: que los servicios públicos, como el gas, la luz o el agua, sean provistos por entidades que no tengan como objetivo la maximización de la ganancia. ¿No habrá llegado el momento de volver a pensar en la gestión pública como la mejor herramienta para satisfacer esos derechos?
Y cuando hablamos de gestión pública, hablamos de empresas cooperativas de empresas municipales y empresas públicas de gestión tripartita. En todas ellas la idea del servicio está por encima de la idea de producto.
El premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz, en su propuesta de “Una agenda alternativa al fracaso neoliberal”, en una nota reproducida por el diario Clarín expresó: “El experimento neoliberal —impuestos más bajos para los ricos, desregulación de los mercados laboral y de productos, financiarización y globalización— ha sido un fracaso espectacular. El crecimiento es más bajo de lo que fue en los 25 años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, y en su mayoría se acumuló en la cima de la escala de ingresos”, de allí que —sostiene el Nobel— “el neoliberalismo debe decretarse muerto y enterrado”.
Para revertir esta situación propone cuatro prioridades. En la primera afirma la necesidad de “restablecer el equilibrio entre los mercados, el Estado y la sociedad civil. Los gobiernos tienen la obligación de limitar y delinear los mercados a través de regulaciones ambientales, de salud, de seguridad ocupacional y de otros tipos. También es tarea del gobierno hacer lo que el mercado no puede hacer o no hará, como invertir activamente en investigación básica, tecnología, educación y la salud de sus votantes.”
En esta misma perspectiva, cabe recordar la exposición que realicé en Naciones Unidas, como representante de nuestro continente, en la Presentación del Año Internacional de las Cooperativas 2012.
Entre otras cuestiones, dejamos en claro allí que el lema “La empresa cooperativa como contribución a la construcción de un mundo mejor”, significa ya no pensar a la cooperativa como la rueda de auxilio para enmendar las fallas o los errores del sistema capitalista.
“Nosotros queremos ser parte de la construcción de otro mundo, un mundo donde se privilegie el bienestar, la salud y la educación de los pueblos, un mundo en el que la democracia sea auténtica y plena de participación popular”, planteé en esa oportunidad.
Es reconocido este sector como portador de un estilo de desarrollo que confiere primacía a las personas, con la capacidad para generar nuevas oportunidades así como mitigar desequilibrios sociales y económicos.
La opción es clara: maximización de las ganancias con eliminación de derechos o ampliación de los derechos con limitación de las ganancias. O proyecto de mayorías o proyecto de minorías. Hay otro país no sólo posible sino necesario. Pero sólo podremos lograrlo si todos nos comprometemos. No se logra con espectadores. Se logra con compromiso colectivo.