Página/12 | Opinión
Por Juan Carlos Junio
El pronunciamiento electoral fue claro: una mayoría decidió apoyar la propuesta emergente de la alianza entre J. Milei y M. Macri, consagrada en el abrazo del candidato presidencial con P. Bullrich en el set de TN, perdonándose las agresiones y agravios anteriores. El triunfo mileista estaba dentro de las previsiones, aunque debemos reconocer que fue inesperada la amplitud con que se impuso.
El acontecimiento abrió una lógica expectativa entre los millones de ciudadanos/as que lo votaron, y una fuerte incertidumbre en los once millones y medio que apoyaron y militaron la propuesta de Unión por la Patria.
Las primeras declaraciones del Presidente electo, si bien no se compadecen con el ritual escénico de la campaña, ratifican la visión ideológica, el rumbo político y el modelo económico que venía formulando.
En el campo popular se abrirá un debate ineludible para ponderar las causas de la derrota de la fórmula que expresaba el proyecto político opuesto al de la derecha, y recogía la necesidad de avanzar en un sentido popular de más distribución de la riqueza y defensa de los derechos civiles y culturales conquistados durante el kirchnerismo.
Como siempre, las causales son múltiples, concurren fenómenos diversos, comenzando por las insatisfacciones económicas, particularmente el tema de los precios que afectan cotidianamente tanto a amplísimos sectores humildes y clases medias, como así también factores ideológicos y culturales que modelan reacciones sociales y emocionales, que generaron una pulsión favorable “al cambio” que presentó como eslogan el acuerdo Milei-Macri.
Esa consigna propagandística, que no se compadece con un cambio verdadero hacia el progreso de mayorías sino del retorno a viejos recetarios ultraliberales, logró interpelar a una parte decisiva de la sociedad.
Todo indica que existía una desilusión que viene desde el frustrante gobierno macrista, rechazado y derrotado en las urnas en el 2019, y también con las expectativas no cumplidas por la gestión actual. Esa disconformidad se potenció con la densidad del mensaje pertinaz del establishment mediático de la antipolítica. La derecha logró articular la disconformidad ya en punto de enojo y distanciamiento afectivo de franjas importantes de la sociedad; en conducta política-electoral. Esa compleja operación ideológica del traslado de valores individualistas e insolidarios finalmente se logró plasmar en el voto.
Los debates sobre las causales de la derrota se deben desplegar con un espíritu crítico y autocrítico, que posibilite una reflexión sin formalismos ni concesiones, que a la vez priorice el elemento esencial: la unidad del conjunto de las fuerzas políticas y culturales.
Esta premisa es determinante, ya que los debates en ciernes deberán convivir con la disposición a la lucha para afrontar la coyuntura que estará definida por la iniciativa política del nuevo gobierno, impulsado por el triunfo electoral.
Habrá que asumir las consecuencias del plan de gobierno de la dupla Milei-Villarruel, que no son otros que los del neoliberalismo ortodoxo, cuyo símbolo máximo fue exhibido en el debate: Margaret Thatcher y su apotegma: “la sociedad no existe, sólo existe el individuo”, aquí y ahora traducido a la idea de la libertad individual que habita en el mercado, que arreglará todas las relaciones económicas y sociales.
Esa idea dominante, no tiene nada de original, salvo el cambio de envase. Ya la practicó Martínez de Hoz, y luego la desplegó en toda su magnitud un gobierno civil: el menemismo, que ahora seguirá aportando sus cuadros profesionales, para este retorno del experimento thatcheriano, retomando la fórmula criolla de drominización: rematar el patrimonio nacional, muy particularmente el valor más preciado por las corporaciones multinacionales y locales, nuestros valiosísimos recursos naturales, particularmente los energéticos y mineros.
Se proponen privatizar Y.P.F. (su presidente será un cuadro de Techint), Aerolíneas Argentinas, el sistema de medios públicos (Radio Nacional, la TV Pública, Télam) y bajar drásticamente la inversión en todo lo social y cultural.
En cuanto al mito del mercado, asistimos nuevamente al intento de explicarnos que se trata de una sana convivencia en el océano del tiburón con las sardinas. Sabemos quién se comerá al otro.
Lo que viene es lo formulado por los dos candidatos de la formula, y por las primerísimas señales post-triunfo: “unificación de los Ministerios de Trabajo, Educación, Desarrollo Social y Salud”. La traducción es ya conocida: reducción de esas temáticas, a una condición de menor importancia. Ya lo hizo Macri en su gobierno.
El gran tótem que se reitera en estos días es el del "ajuste", presentado como “inevitable aunque doloroso”. Ya conocemos también quiénes serán los sufrientes (los trabajadores y las clases medias) y quiénes los ganadores y felices beneficiarios.
Se retornará a la “eliminación de la obra pública” con sus gravísimas consecuencias para el crecimiento de la infraestructura del país y para el trabajo de cientos de miles. Se “honraran los compromisos”, siguiendo la sentencia de Nicolás Avellaneda: “aunque sea a costa del hambre y la sed de los argentinos”.
Resulta imprescindible registrar la otra cara de la coyuntura política: la campaña de UxP fue importante. La fórmula presidencial actuó con fuerza y determinación, interpelando a la amalgama de las fuerzas políticas que la conformaron, y muy especialmente se debe valorar la emergencia de una abnegada militancia política, social y cultural que se comprometió en las calles, plazas, desde las barriadas, hasta los ámbitos estudiantiles, científicos, feministas y grandes manifestaciones de la cultura. Se trata de un valioso capital político que se irá sobreponiendo a la derrota, recuperando la confianza y la esperanza, e imaginando nuevas respuestas frente al difícil escenario que se presentará.
Es comprensible que esa militancia y ese núcleo del electorado, desde lo humano, transite un momento de tristeza y desazón, pero se irá recomponiendo en el marco del debate en pos de defender las conquistas sociales y culturales, no sólo de los últimos años, sino de décadas, como así también las identidades políticas, los valores del progresismo, la justicia social, la solidaridad y las instituciones democráticas.