El 14 de junio Che Guevara cumpliría ochenta y dos años.

09/06/2010

El hombre que murió para volver a nacer.

Como dicen los versos de Atahualpa Yupanqui:

Alguna gente se muere

para volver a nacer.

Y el que tenga alguna duda

que le pregunte al Che.

 

 

Lo mataron en la Higuera, Bolivia, a los 39 años, la misma edad con la que Emiliano Zapata y César Augusto Sandino fueron también asesinados.

Desde entonces, la ausencia física del Che se transfiguró en un símbolo universal de dignidad y de rebeldía y en una inagotable fuente de inspiración para nuevas generaciones que siguen luchando por las utopías y por los sueños, por otro mundo posible.

Fue, mejor dicho es un ejemplo de hombre revolucionario comprometido con sus ideales, dejándonos su legado político, intelectual y moral.

No han podido matarlo. Hoy está más vivo que en sus cuatro décadas de existencia real. Vive en ese rostro que inmortalizó la imponente foto de Korda, que ocupa el centro de todas las banderas en cada una de las manifestaciones populares.

Esas banderas, por sí solas, tienen importancia mayúscula por reflejar las ideas que hicieron de él un revolucionario, como gestos espontáneos de quienes quieren enfatizar que la utopía permanece viva.

En su intensa vida, el Che se reveló como un brillante guerrillero, convirtiéndose en uno de los Comandantes legendarios que dirigieron la lucha por la segunda y definitiva independencia de Cuba. Exhibió además  notables energías intelectuales y un fértil pensamiento y puso sus cualidades de constructor revolucionario al servicio de Cuba y de su digna andadora antiimperialista y socialista que llega hasta nuestros días. Sus principios y su conducta constituyen el paradigma de aquellos que persiguieron siempre “derrocar todas las situaciones en las que el hombre es un ser rebajado, esclavizado, abandonado, despreciado” (Marx).

El Che destacó por su ejemplaridad en el trato con los demás y por su ética humanista; era el compañero que siempre actuaba como pensaba, el primero en el trabajo voluntario, el cual concebía como la expresión radical del hombre nuevo y como el emergente de una sociedad emancipada, un hombre concebido como agente y resultado del proceso de transformación en que habrá de enfrentar la reapropiación de sus condiciones de existencia y la demolición del viejo mundo, un orden social en el que las personas resultan seres extraños para sí y enajenados de su propia humanidad.

El Che tenía profundas convicciones antiimperialistas e internacionalistas. Describió el imperialismo como una lógica de agresión y saqueo promovida por los países capitalistas más poderosos, un sistema producto del expolio y la dominación y, a la vez, el medio a través del cual se expolia y se domina. Ese imperialismo cruel que asoló Vietnam con miles de bombas, quemó sus selvas y ahogó en sangre y tragedia a sus hombres, a sus mujeres y a sus niños, es el mismo que en los tiempos actuales lleva la barbarie a las ciudades de Iraq o de Palestina.

Finalmente, se despidió de su familia, del pueblo de Cuba, de Fidel y marchó a otras tierras para continuar la lucha contra la explotación y la miseria de los oprimidos. “Muchos me dirán aventurero, y lo soy; sólo que de un tipo diferente, de los que ponen el pellejo para demostrar sus verdades”.

La CÍA ordenó su asesinato y la desaparición de su cadáver. Treinta años después, los restos del Che fueron hallados y el 12 de julio de 1997 llegaron a Cuba, donde el pueblo acogió con profundo respeto su regreso, rindiéndole el homenaje que merecía, porque fue el hijo más querido y el mejor de sus héroes. Y como máxima muestra de ello es la persistencia digna de los cubanos en su lucha por la soberanía y la equidad, siguiendo sus pasos, reivindicando el ideario antiimperialista, la moral humanista del Che y su sensibilidad para denunciar las injusticias, con independencia de la latitud del mundo en la que ocurrieran.

Cuatro décadas después, el Che nos sigue infundiendo admiración: mostró la nobleza de que es capaz el ser humano, defendió que puede nacer un hombre nuevo en el seno de una sociedad más justa y más generosa, y entregó su vida para ello.

Fue una persona de su tiempo, inmersa en los conflictos de aquella época, pero también fue un hombre del futuro y supo prefigurar estelas de utopía, visiones de la esperanza.

Desde este espacio, manifestamos que sólo las ideas podrán salvar el mundo y por eso proclamamos nuestra admiración al Che, por el aliento que significa su ejemplo. A través del tiempo, la figura legendaria de Ernesto “Che” Guevara representará siempre el decoro de la Humanidad; y el eco de sus palabras y de su vida resonará en la conciencia de los hombres y en la aventura de cambiar el mundo.

Nota – Pablo Spinella