El doble discurso de los economistas neoliberales

18/02/2012

POR CARLOS HELLER
Diputado Nacional por Bloque Nuevo Encuentro Popular y Solidario

18/02/2012 Revista Debate - Nota - Información General - Pag. 28

Los cuestionamientos respecto de la reestructuración de los subsidios o del superávit financiero del Presupuesto 2012, entre otros, llevan a errores conceptuales de los especialistas ortodoxos.

Existe una variada cantidad de argumentos que utilizan los economistas de derecha para criticar al Gobierno. El concepto más fuerte que se ha instalado en los medios de comunicación en estos últimos meses asocia la “sintonía fina” que mencionó la Presidenta en su discurso de asunción con un ajuste ortodoxo encubierto.

Una de las premisas más utilizadas para sostener esta tesis es que la suspensión de los subsidios a las tarifas de los servicios públicos constituye un verdadero ajuste.

En este aspecto, entran en contradicción con sus posturas de todos estos años por las cuales estuvieron denostando los subsidios, ya que se aplicaban por igual a desempleados que a acaudalados profesionales y empresarios. Pero el Gobierno informó que se trata de una reestructuración para que los mismos se orienten solamente a quienes los necesitan, en un proceso gradual, comenzando por los casos más incuestionables. Justamente lo que pedían hace años quienes hoy están criticando estas medidas. Otro argumento que derriba las teorías del ajuste es que los recortes de subsidios no se aplicarán a las PyMEs, que requieren de políticas de fomento por ser las principales creadoras de empleo.

Dado que los ingresos fiscales vienen creciendo a un ritmo importante (31,8 por ciento en 2011) y se espera que sigan aumentando a otro más sustancial (24 por ciento, según el Presupuesto 2012), los recursos liberados por la reestructuración de subsidios quedarán libres para su utilización como herramientas de fomento y, eventualmente, para efectuar políticas anticíclicas por el impacto de la crisis internacional.

Estos economistas críticos son los mismos que frecuentemente postulan que los subsidios son malos en sí mismos, puesto que distorsionan la economía, idea que instaló el Consenso de Washington.

Creo que los subsidios, bien aplicados, son una herramienta fundamental para el manejo de una política económica soberana y, en algún punto, es correcto que distorsionen la economía, pues ponen una cuña al libre funcionamiento de los mercados para, precisamente, evitar que los grandes jugadores se queden con la parte del león. Bajo un programa estratégico, los subsidios a las empresas tienen un efecto distributivo muy grande porque, por un lado, mejoran las posibilidades de las medianas y pequeñas empresas y, por el otro, fomentan los sectores económicos que son indispensables para un futuro desarrollo económico del país, con mayor generación de valor agregado y más empleo. Sería muy importante que la reestructuración encarada persiguiera estos objetivos.

La jefa de Estado fue clara en el primer discurso luego de su período de convalecencia: “Algunos quieren identificar sintonía fina con ajuste; en realidad quiere decir que se acabó la avivada”.

EL DÉFICIT FISCAL Es sabido que el principal enfoque de los economistas ortodoxos es criticar el déficit público. Sin embargo, con una postura extrañamente inversa, algunos economistas a quienes podríamos definir como “neoliberales pseudoprogresistas” reprochan el superávit financiero del Presupuesto 2012, que alcanzaría los 4.200 millones de pesos. La crítica se funda en que acercándonos a un año en que seguramente impactará la crisis internacional, el Gobierno planee tener un superávit fiscal cuando debería aplicar medidas anticíclicas y, por ende, incurrir en déficit fiscal.

Llama la atención que realicen estos reparos a un gobierno que se caracterizó por tomar gran cantidad de medidas anticíclicas en la crisis 2008/2009, que permitieron una rápida recuperación de la economía en 2010.

Si se analizan las resoluciones que estos economistas neoliberales sugieren implementar, surge veladamente el ajuste, pues siguen criticando el elevado nivel de gasto, persiguen la liberalización de los mercados, apelan a favor de menores impuestos a los ricos y a las grandes empresas -como los republicanos en Estados Unidos-, y proponen eliminar las retenciones o dejarlas en una mínima expresión sólo para la soja.

Pero además, en su concepción, ese déficit del Gobierno se resolvería tomando deuda en el exterior, es decir, endeudando al país y generando pingües ganancias a los inversores internacionales y nacionales.

Pues la tasa disponible para la Argentina es altísima, con un riesgo país que no se justifica, ya que nuestra nación viene pagando puntualmente y posee un bajo endeudamiento con el sector privado y los organismos internacionales, el veinte por ciento del PBI.

Colocar el interés exclusivamente en el déficit fiscal es desviar el verdadero centro de la cuestión, que es la asignación del gasto, cómo se adjudica a los distintos sectores, si tiene un efecto redistributivo positivo, cuál es el nivel de gasto social.

Es lo mismo que la oposición hizo en la discusión del Presupuesto Nacional: se enfocaron en cuestionar las proyecciones de crecimiento e inflación y no repararon en ningún momento en que el sesenta por ciento del total del gasto se destina a servicios sociales.

Si se parte de la necesidad de un determinado nivel y orientación del gasto, y con los recursos existentes, el déficit es sólo una contingencia.

Resulta importante resaltar que una política de déficit fiscal es adecuada para salir de la crisis, para períodos breves pero, en el largo plazo, un país tiene que proyectar un equilibrio fiscal. De no ser así, la política de números en rojo lleva al endeudamiento y al sometimiento a los acreedores.

Dentro de estos temas, los economistas ortodoxos vernáculos son especialmente sensibles a la utilización como ingresos del sector público nacional de las ganancias del BCRA y de la Anses, y hasta llegan a considerarlos parte del déficit fiscal, un absurdo contable y económico.

Es un enfoque que no tiene ningún fundamento.

Respecto de las utilidades del Banco Central, los economistas aludidos parten de la idea de que la autoridad monetaria debe manejarse independientemente del poder político, un despropósito en términos de soberanía e, incluso, de democracia. Pero estos economistas locales no tienen en cuenta que es norma de la Reserva Federal (Fed) el entregar todos los años al Tesoro estadounidense las utilidades obtenidas, como lo hizo por 79,3 y 76,9 miles de millones de dólares en 2010 y 2011.

Es totalmente lícito y correcto que se utilicen como ingresos las ganancias del Banco Central, porque éste es propiedad del Estado, y al Estado deben volver sus ganancias. Lo mismo sucede con la Anses, que es parte inseparable del sector público nacional.

VIENTO DE COLA Otra de las cuestiones que se ha instalado es que el modelo creció exclusivamente gracias al viento de cola, es decir, a los precios de las materias primas.

Nada más erróneo que esa apreciación, que cada vez cuesta más sostener por las evidentes políticas de fomento que ha tomado este Gobierno. Si hasta Joseph Stiglitz comentó explícitamente que el país creció no sólo por las condiciones externas sino, principalmente, por las políticas que se aplicaron en nuestra economía, y está recomendando que se apliquen en Europa.

Para mencionar algunas, la reestatización del sistema previsional, la implementación de las retenciones a los hidrocarburos y a los granos y oleaginosas, que captan renta extraordinaria derivada de ese viento de cola, y todas las medidas anticíclicas tomadas en el 2008/2009. También están los planes estratégicos 2020, tanto industrial como agrícola, los créditos del Bicentenario y la política de desendeudamiento externo. Sin duda, no es viento de cola, éste ayuda, pero la economía tiene unas buenas turbinas que la impulsan.

Otra de las críticas asiduas que ya no se sustentan es la desconexión del mundo que sufre nuestro país. Habría que decir que lo que tienen en mente los economistas ortodoxos cuando realizan este reproche es la escasa conexión con los mercados financieros, léase especulativos, la cual ha sido muy benéfica en estos tiempos de turbulencias financieras internacionales. Para ellos, esto configura un aislamiento del país en el concierto internacional, nada más alejado de la realidad. Como ejemplo puede citarse la participación destacada de nuestro país en las reuniones del G-20 que, entre otras cuestiones no menores, logró que este grupo que debate sobre los destinos del mundo coloque en su agenda el tema del trabajo como prioritario.

La tesis del aislamiento se derrumba estrepitosamente cuando se analizan las políticas activas llevadas a cabo por nuestro país en el ámbito de la integración regional, la participación de la Unasur, del Banco del Sur y más recientemente de la Celac.

Para terminar, la evaluación de las políticas económicas aplicadas por un gobierno tiene una visión eminentemente ideológica, pues es ésta la que impacta en las doctrinas con las cuales se analizan los hechos.

La economía es una ciencia social y está atravesada por las disputas por el excedente económico entre los distintos sectores y clases. De allí que la evaluación de una política económica dependa en gran medida del lugar en estas disputas en el cual se ubica el analista.