Proceso irreversible. Por Carlos Heller.

01/04/2013

Lo que viví en Caracas, donde viajé para despedir a Hugo Chávez, fue lo mismo que vivieron millones de personas que compartieron una enorme emoción, la de un pueblo en la calle realmente volcado de una manera llamativa. Si tuviera que decir qué cosa me impresionó, fue ver esa enorme cola, formada por multitudes, en la que había un gran predominio de «rojitos», como una gran marea humana teñida de rojo. Pero también era notable la cantidad de uniformados, de miembros de las Fuerzas Armadas, de distintos grados, que hacían la cola y que cuando llegaba el momento saludaban con dolor y emoción despidiendo a su comandante. En la Argentina esto es difícil de imaginar. Primó la convicción de que la muerte física de Chávez no es la muerte de lo que Chávez representa, ni tampoco del proyecto que él encarnó. El «todos somos Chávez» está muy instalado.

El ex presidente bolivariano deja un legado con mucho contenido. Esto se refleja en lo que han dicho distintos referentes de la región, entre ellos, Cristina Fernández, nuestra presidenta, («No vine a despedir a un presidente, sino a un amigo»), Pepe Mujica («Chávez fue un gran amigo muy solidario, muy generoso») y Fidel Castro («Era el mejor amigo de Cuba»). Evidentemente la impronta y la vocación de integración regional y de ser parte del liderazgo de construcción de ese proyecto de la Patria Grande, tenía en Chávez un protagonista fundamental. Puso los recursos de Venezuela al servicio del proyecto regional. Los críticos venezolanos dicen que dilapidó la renta petrolera. En realidad, lo primero que hizo fue recuperar la renta petrolera, porque estaba en manos de los intereses privados y cuando el país tuvo la renta, la puso al servicio de la construcción de esa alianza. Ayudó a conformar Petrocaribe, integrado por 18 países. Fue un constructor fenomenal. Pensar en Chávez significa pensar en el ALBA, en la CELAC, en el «No al Alca» como un punto de inflexión. Y en esa característica tan especial que tenía, que cada vez que venía a una actividad oficial, en paralelo hacía una con los movimientos sociales, con el pueblo, con la gente. En la misma cumbre de Mar del Plata, estuvo en el acto oficial del «No al Alca», y también en el estadio donde tomó contacto con el pueblo. O cuando George Bush visitó Uruguay, Chávez encabezó en Buenos Aires un acto multitudinario en el estadio de Ferro.

La enorme convicción que tenía de trabajar en ese enorme proceso de integración, que había que poner al servicio de la integración todo lo que se pudiera, lo convierte en un líder de estatura excepcional. Creo que junto con Néstor Kirchner y Lula da Silva conformaron en ese momento un trío que lideró ese proceso. Sin menoscabar a otros líderes de la región, sin dudas ellos tres protagonizaron el inicio de todo este proceso. Sin dudas, Chávez fue el primero, su llegada al gobierno de Venezuela ocurrió en plena euforia del neoliberalismo, era un navegante solitario. Fue el primer presidente de los parecidos a su pueblo, como después se dijo.

La integración regional es a esta altura un proceso irreversible, porque va en dirección de los intereses de los pueblos, de las naciones y tiene una impronta de identidad muy fuerte. Estoy convencido de que el proceso venezolano no va a tener un cambio de rumbo sino que va a mantener y continuar el camino iniciado por Chávez. Está claro que los procesos son difíciles, no son lineales, no están exentos de contradicciones, porque hay intereses contrapuestos, pero lo que hay de nuevo es que estos líderes han instalado la política como la herramienta para resolver esas contradicciones. Hoy los inconvenientes se resuelven en la mesa política. Si Argentina y Brasil tienen dificultades, se reúnen los presidentes y las discuten. Si pasa lo mismo con Colombia y Venezuela, también. Esa decisión de poner la política en primer plano, hacer que la política sea el instrumento de resolución de las diferencias, de generación de espacios comunes y de seguir avanzando, creo que es un hecho nuevo y es una de las grandes fortalezas que tiene este proceso.

Creo en los liderazgos, subestimarlos es un error. Los líderes transmiten cosas, son referencias, tiene coraje para tomar decisiones. Pero también creo que cuando uno dice líderes, no tiene que pensar que todos los líderes deben ser iguales. La impronta del líder es única y, cuando uno piensa en liderazgos, no es imprescindible pensar en una réplica. Sí tiene que haber líderes, porque es la encarnación de esa voluntad colectiva y a su vez el alimento para que esa voluntad siga creciendo y se siga fortaleciendo.

Publicado en la Revista Acción - Primera quincena de abril de 2013