Volvió Christine

13/05/2018

Página/12 | Opinión

Por Carlos Heller

critine

La crisis le impone al gobierno un presente intenso. Ya no le resulta tan fácil trasladar culpas al pasado o expectativas al futuro. El discurso de la pesada herencia, que justificaba los males actuales por la supuesta crisis de la anterior gestión, ya no funciona como antes: el gobierno hoy tiene su propia crisis y la mayoría del sistema político y de la sociedad le atribuye su autoría.

Los recuerdos, más aún si son fabricados, se disuelven con el tiempo. Entonces, la actual administración recurre al futuro: la corrida financiera sería una consecuencia del miedo ante “la amenaza” del retorno kirchnerista.

La democracia ideal para este gobierno es aquella en la que sus iniciativas avanzan mientras la sociedad discute el pasado y el futuro. Es decir: donde la gestión y la deliberación están permanentemente separadas.

Pero la crisis le impone al gobierno el tiempo presente como única alternativa. Y ha situado en el centro de este presente lo que Cambiemos prefiere no discutir: sus propias políticas.

El resultado no es alentador para él. Según varias encuestas, la imagen positiva de la gestión oficial y la del Presidente Macri han descendido significativamente. En algunas de ellas, más de un 60 por ciento de los consultados cree que la responsabilidad por lo que sucede es del gobierno y sólo menos del 20 por ciento cree que Cambiemos pueda reencauzar la estrategia de crecimiento y de control de la inflación.

En este presente convulsionado, el gobierno ya no logra instalar su propio relato. Las políticas que se cuestionan son las del oficialismo y las críticas tienden a ser mayoritarias.

La negociación con el FMI de un crédito stand-by clásico, sujeto a revisiones y adjudicado a países que a criterio de ese organismo internacional requieren ajustes estructurales, seguramente profundizará esas críticas. El acuerdo con el Fondo es la garantía hacia el establishment de que lo ya se está haciendo se hará más rápido y en profundidad. Se propondrá ir más a fondo con la reducción del déficit fiscal y de los impuestos. Es decir: se insistirá con profundizar el ajuste en el sistema previsional, en los sueldos de los empleados públicos y, en general, en los planes de asistencia a los sectores más vulnerables.

No hay mucha novedad. En el informe de la última revisión anual que realizó el FMI en la Argentina en noviembre del año pasado ya se indicaba que era esencial reducir el gasto público, en particular en salarios estatales, pensiones y transferencias sociales.

En síntesis, son las mismas políticas que están bajo cuestionamiento de la sociedad las que el gobierno se prepara para profundizar a través del acuerdo con el FMI.

Es lógico el resultado: seguramente aumentarán las críticas y el aislamiento del oficialismo.

Si una iniciativa recibe cuestionamientos, la ampliación o profundización de esa misma iniciativa tiende a incrementar esos cuestionamientos.

Desde el año 1956, fecha en la que Argentina ingresó al FMI, todos los acuerdos fueron malos: no hay, en la memoria del país, una sola negociación con el organismo internacional que haya sido beneficiosa para los argentinos, ni para los ciudadanos de los otros países donde se aplicaron sus medidas.

¿Qué hacer ante el deterioro del oficialismo?

Es necesario acelerar la construcción de la más amplia unidad posible del campo opositor. Pero esa unidad debe articularse alrededor de un proyecto de país claramente diferenciado del actual. No se puede ser opositor al macrismo pero partidario de su proyecto de país. Porque esa oposición con matices es un oficialismo disfrazado. Y si está fracasando el gobierno también fracasará el que lo imite.

No estamos en el 2001. Ni el sistema financiero tiene la situación de 2001 -porque no está dolarizado- ni las reservas son las de 2001, ni la mora del sistema financiero es la de 2001, ni el nivel de desempleo es el de 2001, ni el gasto en intereses de la deuda pública con relación a los ingresos tributarios es el de 2001. Muchos agitan el miedo a la crisis terminal para que el gobierno instale que no hay otro “remedio” que acudir al FMI.

Sin embargo, hay una crisis del modelo. Paradójicamente, el proyecto neoliberal, basado en la racionalidad y la eficiencia, muestra una vez más su irracionalidad e ineficiencia. Dado que avanza produciendo exclusión, concentración de los ingresos y aumentos de la pobreza y la desigualdad, es ineficiente para mantener el consenso social y la sustentabilidad política.

Por supuesto, ese modelo al que las mayorías le retiran su apoyo no puede ser el articulador de la confluencia opositora. Es el proyecto que la sociedad abandona. No puede ser el destino de lo nuevo. No se resuelve la crisis del modelo proponiendo el mismo modelo con matices.

La intensidad de la crisis reclama nitidez en las propuestas.

Hay que construir la mayor unidad opositora posible. Pero la condición de éxito de esa unidad es que sea nítida en su oposición. Es necesario otro modelo de país porque el actual está en crisis. Un proyecto que recupere los grandes trazos de los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner. E incorpore lo que faltó y mejore lo que no se hizo bien.

Pensamos, entre muchas otras cuestiones, en un país que vuelva a impulsar un Estado presente en oposición al “Estado canchero”, que sólo interviene para que las corporaciones desarrollen sus negocios con máximos beneficios.

Un país con paritarias libres en las que los salarios le ganen a los precios y no donde esas negociaciones se limitan para que los precios les ganen a los salarios.

Un país en el que los servicios públicos sean accesibles para todos y no un negocio para pocos.

Un país que impulse la integración regional y la alianza con otras naciones para, desde allí, intervenir en el contexto global, y no un país inserto en el mundo sin ninguna protección.

Un país donde la Republica y sus instituciones funcionen de manera soberana y no sometidas a las exigencias del Fondo Monetario y otros organismos internacionales.

Un país con inclusión social y distribución de los ingresos y no un país que excluye y concentra la riqueza en pocas manos.

Un país que aporte recursos a la educación y a la ciencia y a la tecnología y no un país que apuesta al ajuste fiscal y la reprimarización de la economía.

Un país que defienda la producción nacional, las pymes y el trabajo argentino y no un país que se abre a importaciones innecesarias.

Un país que defienda las políticas de memoria, verdad y justicia y no un país que intenta la liberación de represores.

No se trata sólo de ofrecer una alternativa al macrismo. Es necesario otro proyecto. Si la alternativa a lo que está fracasando es lo mismo con matices hay que prepararse para repetir la historia.

Y a esta historia no hay que repetirla. Hay que cambiarla.

 

Nota publicada en Página/12 el 13/05/2018