Belgrano, un revolucionario de Mayo

22/06/2020

Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano nace en Buenos Aires, a pocas cuadras del Cabildo porteño. En España estudia la carrera de derecho en Salamanca y Valladolid, la que culminará en 1789, el año de la Revolución francesa.
Aquel extraordinario acontecimiento generó un efecto huracanado en todo el mundo y también en nuestro joven estudiante. Él mismo dirá que “como consecuencia de la  Revolución en Francia, se apoderaron de mí las ideas de la libertad, igualdad, fraternidad, propiedad, y sólo veía tiranos en los que se oponían a que el hombre, fuese donde fuese, no disfrutase de unos derechos que Dios y la Naturaleza le habían concedido”.
Resulta necesario señalar el intento permanente de que la vida y el papel de este personaje decisivo y crucial de nuestra historia se vea restringido al rol de “hombre abnegado y desinteresado y Padre de nuestra Bandera”. Ese esquema reduccionista se “completa” con la descripción heroica de sus triunfos en Salta y Tucumán, y las “tragedias” de Vilcapugio y Ayohuma.
No se debe restarle mérito al enorme simbolismo que significó la creación de una Bandera Nacional en un país que todavía no existía como tal. Por el contrario, hay que ubicarlo como un firme acto de rebeldía y una contribución política a forzar la marcha de la historia en aquellas circunstancias brumosas. Debe interpretarse como una audaz intuición independentista. 
Su idea era que la riqueza no se debe constituir del producto de la explotación de la mano de obra indígena y de la extracción de metales preciosos, sino del trabajo productivo de la tierra. De allí su constante inquietud por transformar el régimen de propiedad de la tierra, típico del colonialismo atrasado del feudalismo español. 
Señalaba con un profundo sentido crítico: “se han elevado entre los hombres dos clases muy distintas, la una que dispone de los frutos de la tierra, la otra es llamada solamente a ayudar con su trabajo (...) las unas se someten invariablemente a la mente de los otros”. Se aprecia claramente que sus ideas estaban lejos del estereotipo del hombre moderado que algunos le endilgan. 
El vendaval de la Revolución lo une al núcleo de criollos que toman la determinación de constituir un gobierno propio, independiente, rompiendo en todos los sentidos con el colonialismo. Junto con Moreno, Castelli y San Martín va por el camino de la lucha. 
Es interesante apreciar un rasgo de gran determinación en sus actos. En una carta a Moreno del 20 de octubre de 1810 le dice: “Deje a mi cuidado el dejar libre de godos al país (...) ellos han de ayudar a nuestros gastos. Por lo pronto he mandado a rematar la estancia de uno que se ha profugado a Montevideo”. En la misma misiva, le cuenta a Moreno que el realista Vigodet es una “solemne bestia”. Se despide del Secretario de la Junta diciéndole “basta mi amado Moreno, desde las cuatro de la mañana estoy trabajando y ya no puedo conmigo”.
Una de las facetas más valiosas de este gran constructor fue su convicción acerca de la necesidad de transformar radicalmente el sistema educativo colonial y de instruir al pueblo. Es este sentido fue Belgrano un fundador de una nueva educación para una nueva Patria: “Sin educación en balde es cansarse, nunca seremos más de lo que desgraciadamente somos”.
En el crucial tema de la cuestión de la mujer denunciaba que “las tenemos condenadas a las bagatelas, y a la ignorancia, a pesar del talento privilegiado que distingue a la mujer”. 
Difícilmente nos podamos sustraer de la mejor opinión para finalizar esta breve reseña. Decía el General San Martín de nuestro ilustre patriota: “Belgrano es el más metódico de los que conozco en nuestra América, lleno de integridad y talento natural. No tendrá los conocimientos de un Moreau o un Bonaparte en punto a milicia, pero créame usted que es lo mejor que tenemos en América del Sud”. 
Creó la Bandera, fundó escuelas, repartió tierras, blandió la espada, impartió justicia, fue amigo leal y sincero, amó y fue amado. Su ejemplo está incrustado en el corazón y la memoria del pueblo.

Esta columna es una versión abreviada del texto publicado en Página/12 el 19/06/2020