Siempre que evocamos a San Martín, sentimos que podemos hacerlo desde lo más profundo de nuestras convicciones políticas, históricas y culturales, ya que expresa al principal protagonista de aquellos tiempos de Revolución anticolonialista y de independencia nacional que dio nacimiento a la Patria americana.
Desde su pensamiento político, elaboró un plan estratégico continental, superando perspectivas de carácter localista y las tendencias que dividían al frente que se proponía terminar con tres siglos de un régimen que había practicado un enorme genocidio con los pueblos originarios y de extracción de una fenomenal riqueza.
Se trataba de poner fin a ese sistema y proa al ideario de libertad, igualdad y fraternidad que conmovía al mundo desde la Revolución francesa y que había inspirado a los principales protagonistas de la Revolución de Mayo.
Si asumimos en plenitud que las evocaciones, alegorías y simbolismos no deben ser vaciadas de sus aristas filosas e inevitables contradicciones propias de la concurrencia de los distintos sectores sociales en disputa, debemos concluir que la causa sanmartiniana en su época triunfó, luego de 15 años de una cruel guerra contra la brutal reacción del colonialismo español. En Ayacucho concluyeron los trescientos años de la “conquista de la cruz y la espada”. Sin embargo, este concepto histórico central, está indisolublemente unido a la idea de lo inconcluso, en un sentido de los ideales y sueños de San Martín y los fundadores de la Patria.
El dilema de entonces en las cuestiones sustanciales se prolonga a nuestra época: una opción es la inserción complaciente en un mundo dominado por el capital financiero internacional y sus epígonos de grandes corporaciones monopólicas locales, que ya han demostrado siempre su carácter depredador e inhumano. La otra opción pendiente de realización, continuadora del pensamiento y la acción sanmartiniana, es la de la unidad nacional y continental que tenga como norte la preservación de nuestro patrimonio cultural y material integrando a todas las regiones de nuestra geografía y que asegure derechos igualitarios para el conjunto de la ciudadanía.
Vivimos días de triunfo democrático de la gran mayoría de nuestra ciudadanía. A la vez que debemos valorar la gran unión que lo posibilitó, asumimos el reto de siempre de los pueblos que aquellos fundadores expresaban al señalar la imperiosa necesidad de “investirse del alto carácter de una nación libre e independiente”. Esa meta histórica sigue pendiente de realización.
Ese es el desafío y nuestra tarea política una vez más. Esa es nuestra renovada utopía. El ejemplo sanmartiniano nos inspira. La historia está por hacerse y como en todos los tiempos la clave es que el pueblo lo tome en sus manos.