Más de 20 cuadras de cola para recibir alimentos y fosas comunes para enterrar muertos por el coronavirus en el llamado “cementerio de los pobres” son algunas de las imágenes de una de las ciudades más importantes de los EEUU, Nueva York, ante un Presidente que comenzó diciendo “lo tenemos controlado y todo va a estar bien”, relativizando el peligro y echándole la culpa a China por haber “desparramado” el virus por todo el mundo. “No vamos a parar”, enfatiza en cada discurso Donald Trump.
En varias ciudades de Ecuador vimos imágenes de cadáveres abandonados en las calles, algunos incinerados por sus propias familias en una esquina de un barrio, porque no tienen ninguna respuesta ni atención por parte del Presidente Lenin Moreno, quien tras las permanentes protestas en su contra por parte de la ciudadanía el año pasado había trasladado la sede del gobierno a Guayaquil, que casualmente es la capital de Guayas, la provincia con mayor cantidad de muertos por la pandemia.
Más cerca, el irresponsable de Jair Bolsonaro, Presidente de la República Federativa de Brasil, sigue poniendo en riesgo la salud, el bienestar y la vida de los habitantes de toda la región. El polémico Bolsonaro defiende la necesidad de reanudar las actividades económicas luego de destituir a Luiz Henrique Mandetta, quien fuera su ministro de Salud, por diferencias sobre las medidas de aislamiento social que éste último aconsejaba. Mandetta fue reemplazado por un empresario de la medicina privada, el oncólogo Nelson Teich.
Mientras, en nuestro país, el Presidente Alberto Fernández asumió con responsabilidad la defensa de la salud y la vida de la población. “Una economía que se cae, se levanta; pero una vida que se pierde no se recupera más”, manifestó al ser consultado sobre las medidas que lleva adelante.
Fernández hizo referencia en varias oportunidades a cómo recibió Néstor Kirchner el país en 2003 y a cómo, acompañándolo siendo él su Jefe de Gabinete, pudieron poner a Argentina de pie.
Junto con la obligación del aislamiento social, el gobierno implementó políticas públicas destinadas a paliar la grave situación provocada por la pandemia: desde el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE), hasta el apoyo a pequeñas y medianas empresas con subsidios y créditos blandos, siempre con la mirada puesta en defender la salud y la vida de todos los argentinos y evitar la propagación del virus. La prioridad: inyectar recursos para ayudar a los sectores más golpeados con medidas para estimular y financiar las actividades económicas.
Una economía destruida y una deuda impagable nos dejaron los cuatro años de macrismo, sumado esto a la recesión global prevista para 2020.
Según un informe difundido los primeros días de abril por el Observatorio de Políticas Públicas de la Universidad Nacional de Avellaneda (UNDAV), la Argentina a esa fecha había destinado 2,5 puntos del PBI para enfrentar la crisis.
¿Cómo resolverán las grandes potencias el estancamiento de la actividad comercial en el medio de la disputa entre China y EEUU y entre Rusia y Arabia Saudita, petróleo de por medio?
No lo sabemos.
Lo que sí sabemos es que en nuestro país será con un Estado activo y fuerte. Un Estado que fija prioridades y que implementa medidas entre las que se destacan las sanitarias, las enfocadas a la renegociación de la deuda y las de generación de recursos extraordinarios para dar respuesta a las necesidades más urgentes.